“Hay que […] plantear la pregunta siguiente, a los científicos tanto como a los decidores de la buenaventura, a los astrólogos tanto como a los homeópatas: ¿qué razones me da usted para creer que la veracidad de lo que sostiene es más probable que el hecho de que usted se equivoque o de que me está engañando? Los científicos pueden responder apelando a experimentos precisos tanto como a las aplicaciones tecnológicas – cosa más evidente para el profano – cuyo nacimiento alumbran sus teorías. Pero, en el caso de los otros, tal respuesta no existe.
Más aún (y ésta es una cuestión suscitada por Hume), ¿cómo afrontar el problema que supone la multiplicidad de doctrinas basadas en argumentos tipo milagroso? Si tengo que creer en la homeopatía, ¿por qué no creer en las curaciones por la fe, que tienen, del otro lado del Atlántico, la misma eficacia que la homeopatía entre nosotros? ¿Por qué debemos comulgar con nuestra astrología más que con las del Tibet o de la India? Todas esas creencias se basan en testimonios que son igualmente válidos y, por consiguiente, igualmente inválidos. O, por decirlo de otro modo, todos los que se muestran crédulos en nuestras sociedades son, a menudo, muy escépticos en cuanto se les habla de creencias que proceden de ultramar. Si posición es inconsistente, porque esos mismos razonamientos que justifican su escepticismo para con las creencias exóticas, no los aplican a aquellas que les han sido inculcadas en la niñez o que están muy extendidas en su entorno inmediato.”
Jean Bricmont
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