Entrados en el siglo XXI se ha
desvanecido la ciudad de las tecnologías de la información que profetizaban,
hace pocas décadas, los futurólogos disfrazados de gurús. Tampoco se ha llegado
a la tecnópolis totalitaria denunciada por los nostálgicos del "cualquier
tiempo pasado siempre es mejor". Resulta interesante repasar las
atrevidas predicciones mesiánicas que las novelas de ciencia ficción dibujaban sobre el futuro tecnológico que venía con la aparición de las
nuevas tecnologías del transporte y la comunicación. Narraciones sobre ciudades
transformadas en un territorios dispersos donde todas las personas trabajarían
desde sus casas y se relacionarían exclusivamente mediante el ordenador. El tiempo ha
comprobado como erróneas esas visiones sobre el impacto tecnológico sobre
nuestras vidas y sus consecuencias simplistas, lineales, de causa-efecto tecnológica
que tendrían. Unas visiones basadas sobre las lógicas de la inevitabilidad o de
la pura salvación tecnológica sobre la sociedad.
Igualmente se
puede decir que han sido superadas las ideas sobre cómo los medios de expresión y comunicaciones
fundamentadas en las pantallas supondrían el desarraigo y la pérdida de los
espacios físicos de nuestras ciudades. En contraposición muchas cosas que hace
poco parecían imposibles
y puramente visionarias ahora ya son realizables con las nuevas tecnologías.
Por no decir todas aquellas herramientas que ni podíamos llegar a imaginar que
estarían hoy integrando nuestras vidas. El presente está deshaciendo las
visiones de futuro que podemos llegar a tener para superarlas por el lado menos
previsible. Mientras toda esta transformación pasa a una velocidad que convierte
el futuro en inexistente y el presente en un imprevisible objeto de estudio que
se nos deshace entre las manos antes de llegar a entenderlo.
La
humanidad ha continuado encontrando en la ciudad –con las Tecnologías de la
información y la comunicación (TIC) incluidas– su mejor escenario de desarrollo
y de expresión. Se puede afirmar que la ciudad, más que nunca, se encuentra en
centro de la evolución de la sociedad y es el territorio donde se materializan
sus cambios. Es la sociedad de la información y la comunicación la que se ha
convertido en el motor de transformación de la ciudad para adaptarla a un nuevo
paradigma informacional, como la ciudad industrial hizo con su propia forma
urbana. Así, la ciudad continúa siendo el mejor escenario para la comunicación,
a pesar de que las formas y los medios lo estén transformando.
La
ciudad de la era de la tecnología móvil generalizada está integrando en el
entorno urbano todo tipo de mallas públicas y privadas formadas por sistemas
tecnológicos. Se está convirtiendo las ciudades en lugares de flujo de
información masiva, de redes, de conductos y de infinidades de intercambios de
información efímera que tienen
la intención, o así se venden, de fomentar la convivencia cordial, la seguridad
y el bienestar. La adición de información dinámica y sensible localizada en la
ciudad contribuye a transformarla. Pero se está aplicando una información sobre
el espacio sin un conocimiento de cuáles son las necesidades de los ciudadanos,
de tal forma que poco podrán mejorar la vida urbana de sus habitantes si no hay
una visión clara de cuáles son esos nuevos usos. Teniendo en cuenta que estos
nuevos usos están en constate transformación, son impredecible y nacen para una
rápida perennidad. Al mismo tiempo la velocidad en que evolucionan las nuevas
tecnologías pone de manifiesto de que la dificultad de transformación no se encuentra
en un entendimiento con un posible futuro sino en la casi imposibilidad de
comprender el presente. Hay que entender el
cambio que supone las tecnologías para el ciudadano en su forma de comunicarse,
de moverse o de trabajar, y el esfuerzo que se necesita para conseguir
equilibrar los aspectos técnicos, económicos y políticos en la negociación para
su implementación en el entorno urbano. Buscando este equilibrio y rompiendo los
a prioris la tecnología puede ir más
allá de la vigilancia, de ciborgs, de consumidores de cultura adolescente o de
terroristas, en la construcción del espacio urbano.
Es
en la ciudad donde los ciudadanos han encontrado en las TIC un elemento más de
revitalización de los espacios públicos añadiendo nuevos espacios físicos y
digitales a su entorno relacional. Unos espacios públicos que se convierten en catalizadores
para la participación pública, rejuveneciendo los espacios físicos y la
experiencia pública en el ámbito físico y digital. Las TIC son nuevas
herramientas que pueden servir para fortalecer los vínculos entre los
ciudadanos, fomentar la retroalimentación del espacio público, generar nuevas
emergencias y activar sistemas complejos capaces de acercarnos a comprender
mejor cada una de las necesidades y oportunidades que genera la ciudad. Pero no
se puede olvidar que la
línea que marca el control sobre el mundo digital y el mundo físico viene
delimitada por quien controla la información sobre la comunidad; un control
siempre basado en intereses empresariales e ideológicos de quienes poseen la
tecnología, la aplican, la distribuyen, la interpretan y hasta de quienes la
pensaron o la diseñaron. Tecnologías
y espacios que son utilizados
como herramientas de vigilancia y de control percibidos como peligrosos por la
desconfianza que sobre ellos se demuestra. Unas tecnologías que son capaces de
convertir los espacios en anuncios que pueden llegar a personalizarse según el
comportamiento o las preferencias de unos ciudadanos convertidos en meros
consumidores. En definitiva es una ciudad construida sobre nuestro potencial de
productividad y de nuestra capacidad de destrucción, de nuestras proezas
tecnológicas y de nuestras miserias sociales, de nuestros sueños y de nuestras
pesadillas. La ciudad informacional que es producto para bien y para mal de
nuestras circunstancias.
En todo caso, se abre la relación especialmente
compleja entre el espacio público digital y el espacio público físico. Una
relación que fomenta la aparición de nuevas situaciones sociales, y con ello
emergen nuevas prácticas espaciales, que influyen y cambian la organización
espacial a escala urbana y a escala humana. Las nuevas tecnologías permiten la
creación de espacios capaces de ser reconfigurados y reorganizados en base a
las necesidades cambiantes de las personas, haciendo un uso híbrido del espacio
público físico y del digital, del que surge un espacio verdaderamente público
situado entre lo material y lo inmaterial. Una transformación que apoya la
visión de que una mejor
ciudad necesita de la superposición de diferentes actividades en un mismo
espacio para convertirse en un espacio público capaz de absorber la pluralidad
de un espacio de la diversidad.
Estamos
rodeados de mucha información inherente a la propia materialidad de la arquitectura
y a la ciudad, y en consecuencia al espacio urbano que los relaciona, el
espacio público. Pero también, otra mucha información la aportamos nosotros con
nuestra percepción personal del espacio a partir de nuestra experiencia,
sensibilidad, interés y conocimiento. Siempre la información tiene la capacidad
de proporcionar a la ciudad estratos adicionales de significado, memoria y
percepción; igualmente que el espacio construido tiene que tener la capacidad
de asociar la información que encontremos interesante a su espacialidad gracias
a las nuevas tecnologías.
La
ciudad suma nuevos estratos relacionales que la hacen más humana y menos
material, paradójicamente las nuevas tecnologías hacen a las personas y sus
acciones partícipes de la ciudad y le proporcionan la capacidad de poderla
transformar. Una información que los ciudadanos tienen que poder utilizar
cuando y como quieran, encontrando la que necesitan y no otra, o hasta haciendo
que desaparezca si no se demanda, preservando al ciudadano del derecho a no
tener que soportar el ruido informacional no solicitado. La información se está
convirtiendo en una experiencia para ser vivida siempre y cuando el ciudadano
escoge estar atento a ella. Una elección imprescindible si tenemos en cuenta
que nuestras vidas han sido invadidas de pantallas, de radiaciones
electrónicas, de ruido blanco que invade nuestro espacio público y privado.
Vivimos sometidos al bombardeo de sonidos y de enormes video imágenes. Cuando
miramos pantallas ya estamos dentro de ella. Estamos intoxicados con la ilusión
de la luz y el sonido, y suspendidos en el espacio de presente inmediato, sin
futuro. Nos pensamos que somos meros espectadores de esta ciudad de la imagen
cuando en realidad somos sus actores. Una experiencia continúa en nuestra vida,
que puede ser tanto pública como privada, igual que en el espacio público, en
el privado abierto al público o en el privado, en todo caso en el espacio
relacional. Es una experiencia que sobrepasa el espacio y la forma física
construida incorporando los medios de comunicación, la información digital y
las tecnologías de la información y la comunicación con los que somos capaces
de interactuar.
Vivimos persiguiendo un futuro obsoleto. Imaginando ciudades de ficción. Tal vez tenemos que asumir que no hay futuro alguno que alcanzar, que querer vivir en el futuro nos lleva a no tener presente. Nuestro día a día hace casi imposible encontrar el tiempo para entender el presente, mientras nos empuja a un futuro que pensamos que vamos a perder. Vivimos en un tiempo de cambio de paradigma, de un cambio tan rápido e imprevisible que supera nuestra propia capacidad de transformación. Vemos como el pasado en el que nos educaron ya ha desaparecido mientras el nuevo paradigma aún no existe. Hemos perdido la certeza de un presente al que cogerse y la capacidad de definir entre todos un porvenir. Es en este aprendizaje y en la comprensión de los cambios constantes de la sociedad de la que formamos parte, donde tenemos que hacernos entender como arquitectos y urbanistas, y aportar nuestra perspectiva de un futuro tan incierto como fascinante, y tan irreal como palpable. Incorporemos la inagotable capacidad que tiene la información para generar el conocimiento necesario para entender los cambios en los que estamos inmersos. Aprovechemos la oportunidad de ser, seguramente, la primera generación de la historia que tiene la "embriagadora incerteza" de ver pasar el futuro por delante mientras este se convierte en su propio pasado.
Marc Chalamanch
(Fotografía Marc Chalamanch, Istambul, 2009)
Vivimos persiguiendo un futuro obsoleto. Imaginando ciudades de ficción. Tal vez tenemos que asumir que no hay futuro alguno que alcanzar, que querer vivir en el futuro nos lleva a no tener presente. Nuestro día a día hace casi imposible encontrar el tiempo para entender el presente, mientras nos empuja a un futuro que pensamos que vamos a perder. Vivimos en un tiempo de cambio de paradigma, de un cambio tan rápido e imprevisible que supera nuestra propia capacidad de transformación. Vemos como el pasado en el que nos educaron ya ha desaparecido mientras el nuevo paradigma aún no existe. Hemos perdido la certeza de un presente al que cogerse y la capacidad de definir entre todos un porvenir. Es en este aprendizaje y en la comprensión de los cambios constantes de la sociedad de la que formamos parte, donde tenemos que hacernos entender como arquitectos y urbanistas, y aportar nuestra perspectiva de un futuro tan incierto como fascinante, y tan irreal como palpable. Incorporemos la inagotable capacidad que tiene la información para generar el conocimiento necesario para entender los cambios en los que estamos inmersos. Aprovechemos la oportunidad de ser, seguramente, la primera generación de la historia que tiene la "embriagadora incerteza" de ver pasar el futuro por delante mientras este se convierte en su propio pasado.
Marc Chalamanch
(Fotografía Marc Chalamanch, Istambul, 2009)
Bibliografía:
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