Cuando
el industrialismo encontró, al inicio de los setenta, sus límites de
crecimiento productivo empezó la deslocalización de la globalización,
los centros industriales de las ciudades perdieron su dinamismo y su
valor de centralidad. Entonces se aprovechó este suelo privilegiado para
reconvertirlo en centros financieros, de ocio o turismo. Barcelona
apostó por potenciar la economía del conocimiento basada en el
desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación.
La
última zona urbana industrial que quedaba en Barcelona era el distrito
22. Un distrito que entre 1860 y 1960 fue su corazón industrial, pero en
los años sesenta empezó un proceso de obsolescencia funcional que
desembocó en los años noventa en una reflexión de futuro en el marco de
la Sociedad de la Información.