12.2.10

Atrapando el espacio


Salimos de Saint Louis, al norte de Senegal, con la intención de acercarnos a la frontera con Mauritania, a pesar de los sofocantes cuarenta grados de temperatura. El viaje, de varias horas, nos llevó a bordear los humedales de la Reserva de Fauna de Ndiael que en esta época del año está cerrada y se empieza a intuir la dureza del gran desierto. Íbamos nosotros dos y el conductor a bordo de un coche tan viejo que entre nuestros pies veíamos pasar el polvoriento camino. El trayecto por carreteras llenas de socavones y por caminos de tierra fina nos anticipaba la proximidad del desierto. Fue entonces que llegamos, después de una hora circulando sin destino entre humedales que se perdían en el horizonte, a un pequeño poblado de pescadores nómadas. El conductor se detuvo cuando le preguntamos sobre aquella gente y nos invitó a bajar y visitarlos.

Nos vinieron a saludar unos cuantos niños, con curiosidad, pero extrañamente sin pedirnos nada, y desde una alfombra de cañas trenzadas en medio del pequeño poblado nos saludaron -sin ninguna intención de levantarse- un par de hombres, invitándonos a sentarnos junto a ellos. Intentamos charlar con la ayuda de nuestro conductor reconvertido en intérprete, nos mirábamos y nos reíamos entre confusas preguntas y respuestas para aprender y conocernos. Mientras ellos nos ofrecían un té, nosotros les entregábamos algunas medicinas y otras cosas de uso diario que nos habían dicho que podrían necesitar en estos poblados. Más tarde, y agradecidos todos por el encuentro, nos despedimos con un largo adiós que ninguna de las dos partes sabía cómo finalizar. Justo después nos tomamos la libertad de dar una vuelta por las tres chozas que formaban aquel poblado, tal dos extraterrestres curiosos. Los niños nos perseguían por todos los rincones jugando con nuestras cámaras y haciéndose fotos entre risas, con la curiosidad del que no entiende la magia de la tecnología.

Entonces nos encontramos con una estructura de madera mínima que se levanta a un lado del poblado. Construida con troncos recogidos en los alrededores, constituye un nuevo espacio que se abre hacia el centro del poblado. La disposición de los troncos verticales que delimita el espacio y sustenta la cubierta a dos aguas, está construida de la misma manera. Es la estructura mínima necesaria para erigir la esencia de un espacio. Sólo le faltan unas cañas para cerrar las paredes y hojas para el techo, o quizás algún plástico traído desde muy lejos para conseguir una mejor impermeabilización debajo de estas.

La transparencia de la estructura no impide que su espacio interior este perfectamente formado y que ya constituya parte de la estructura del poblado, convirtiendo las diferentes cosas en un todo. Entrar en el interior de la estructura es, sin dudas, violar un espacio privado, quizás sin nombre aparente pero con su alma ya protegiendo sus límites. En un territorio totalmente horizontal el límite es el cielo, y un poco de cobijo para establecer los límites de la privacidad dentro del grupo es la función de esta pequeña estructura de madera.

Estructurar el espacio para hacerlo perceptible, entendible y habitable es al fin ser arquitecto, y dar respuesta a los límites de privacidad uno de nuestros encargos.

Marc Chalamanch

(Fotografía Marc Chalamanch)

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