14.3.10

Sinapsis urbanas



Miramos en un mapa una serie de nombres ligados por líneas que estructuran un supuesto mapa de nuestra ciudad, nombres que en apariencia dicen poco pero que conectan nodos de nuestro mundo personal, entrelazados en nuestra geografía emocional urbana. Nos dejamos engullir por la boca del metro convencidos de volver a salir y de reencontrarnos con nuestro entorno vivencial, como si de un lapsus vital se tratara. Son minutos o hasta horas donde nos convertimos en simples entes transportados por las entrañas de la ciudad. Las mentes se quedan en blanco o recorren de manera abstracta nuestras vidas como si de sueños se tratara, mientras las miradas se vuelven más intensas a sabiendas del anonimato que da el tumulto.

La sensación de bajar al metro es siempre intrigante, y mucho más en una ciudad como Londres. El espacio cambia por completo a medida que se penetra en este mundo subterráneo. Las visuales se vuelven lineales y el exterior queda convertido en una masa sólida y opaca que desaparece de nuestra percepción. Te encuentras recorriendo un entramado incierto y unidireccional que conecta diferentes partes del mapa mental que existe en la superficie. La luz artificial recuerda la distancia hasta el exterior y hace que perdamos toda referencia de temporalidad y calidez que el sol proporciona. Los sonidos parecen controlados. El hilo musical quiere envolvernos sin intención de protagonismo, las voces digitales desaparecen en la rutinaria llamada de un aviso, que de tan oído se convierte en indiferente. Los músicos -con más o menos pericia- intentan alegrarte el día cuando quieres estar triste y te entristecen cuando quieres sonreír. Reflexionas sobre el privilegio del silencio al retornar tranquilamente entre los pensamientos dispersos que te acompañan durante el trayecto.

Las escaleras mecánicas convierten la bajada al metro en una sinapsis entre superficie y profundidad, donde uno se mueve como si en una montaña rusa estuviera. Hay un camino marcado hasta para el más espabilado de los viajeros. La velocidad es la única arma para avanzar más rápido entre pasillos, escaleras y cambios direccionales indicados por grandes carteles de colores, con números y letras que sólo el que ya no mira entiende a la primera. Al final, el andén, punto de reunión de todos. De los rápidos y los lentos. De los despistados y de los guiados por el subconsciente. Todos acaban esperando el metro que cada día es más transparente, silencioso y afable, y deja ver a través de sus cristales el mundo interior que recorre la ciudad.

Me pregunto… ¿cerrando los ojos podría viajar al fin del mundo, llegar a una estación fantasma o emerger en New York o en Tokio, o en Beijing? No. Lástima de viaje.

¿Qué espacio recorremos? ¿Dónde está el arquitecto, la calidad del espacio, su capacidad de crear acontecimientos, de enriquecer estos trayectos, de formar, informar, emocionar?

Son espacios neutros e indefinidos, pero sobretodo despreocupados y absurdos, que sólo unos pocos publicistas -normalmente con poco talento- intentan invadir para demostrar su incapacidad de convencernos de lo que nos quieren vender. Seguramente porque no estamos, nuestras mentes han desaparecido de lo absurdo y desagradable, buscando refugio en nuestros pensamientos por encima de las profundidades de la ciudad.

Me pregunto… ¿es el espacio el que se mueve o somos nosotros quienes nos movemos en su interior? Es evidente que se trata de un espacio público que aún no hemos sido capaces de conquistar.

Marc Chalamanch

(Fotografía Marc Chalamanch, metro de Londres)

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