Somos la primera
generación de la historia que forma parte de una sociedad inmersa en un
proceso imparable de desmaterialización; mientras que como arquitectos continuamos
trabajando con la lenta y costosa transformación de la materialidad. La información se ha situado en
el centro del desarrollo económico, político, social y cultural de nuestra
sociedad, y marca cada uno de
nuestros pasos. El paradigma informacional alrededor
de las tecnologías de la información y la comunicación es el motor de
los nuevos modos de producción, de vida y hasta de pensamiento, en los que el
espacio y el tiempo son dos ejes esenciales sobre el que se proyecta esta
transformación. ¿Qué no se puede reducir a información? Todo lo que nos rodea menos
aquello que nos hace ser, aunque se intente. Este es el punto de partida para entender una nueva materialidad
producto de la profunda transformación social en la que estamos sumidos.
Nuestro entorno tiene elementos que cada día nos acercan más a la E-topia que William J. Mitchell [1] definía con los principios básicos de la desmaterialización, la desmovilización, el funcionamiento inteligente, la personalización en masa y la transformación suave. Principios que ya hemos comprobado que se acercan poco a la realidad de una sociedad red, en la cual la posible desmaterialización ha comportado la aparición de una infinidad de nuevas necesidades materiales. Una sociedad donde la previsible desmovilización se ha convertido en un mundo basado en el crecimiento exponencial de la movilidad, no solamente de información sino también de personas y bienes. Un mundo en el que se confunde la información y la acumulación de datos con la inteligencia, y en el cual la previsible personalización ha resultado ser la monotematización global, con una transformación que ha convertido no solo el futuro en descifrable sino también el presente en obsoleto. Unos principios contrapuestos que las nuevas tecnologías los han convertido en condiciones o condicionantes de urbanidad, y que como arquitectos y urbanistas nos abren nuevas perspectivas sobre las que tenemos mucho que decir.
Nuestro entorno tiene elementos que cada día nos acercan más a la E-topia que William J. Mitchell [1] definía con los principios básicos de la desmaterialización, la desmovilización, el funcionamiento inteligente, la personalización en masa y la transformación suave. Principios que ya hemos comprobado que se acercan poco a la realidad de una sociedad red, en la cual la posible desmaterialización ha comportado la aparición de una infinidad de nuevas necesidades materiales. Una sociedad donde la previsible desmovilización se ha convertido en un mundo basado en el crecimiento exponencial de la movilidad, no solamente de información sino también de personas y bienes. Un mundo en el que se confunde la información y la acumulación de datos con la inteligencia, y en el cual la previsible personalización ha resultado ser la monotematización global, con una transformación que ha convertido no solo el futuro en descifrable sino también el presente en obsoleto. Unos principios contrapuestos que las nuevas tecnologías los han convertido en condiciones o condicionantes de urbanidad, y que como arquitectos y urbanistas nos abren nuevas perspectivas sobre las que tenemos mucho que decir.
La realidad es que
vivimos en un presente continuo en el que muchas cosas ya no se poseen: sólo se
tiene el derecho a usarlas. Nos encontramos en un presente envuelto en una
irremediable obsolescencia programada. En una sociedad donde el valor está más
cerca de la posesión de la información y el acceso a una buena conectividad que
de una centralidad geográfica. Nos hallamos rodeados de artefactos que están
generando cada día, insaciablemente, nuevas herramientas que cambian nuestra
manera de relacionarnos, el modo de explicarnos y de compartir nuestro trabajo,
inquietudes y reflexiones. Vivimos envueltos por invisibles bits en constante
transformación, aprendizaje y difusión, que poseen la capacidad de aparecer y
desaparecer en etéreas nubes de información. Se trata de una información que, después
de fascinarnos, nos ha llegado a colapsar hasta convertir la red en un diálogo
de sordos en el que todos hablamos de todo y somos incapaces de escuchar nada.
Mientras, la
ciudad busca soluciones propagando chips en el espacio público, y vendiéndose
con el cartel de “Smart”. Están convirtiendo la ciudad en un “Gran hermano”
tecnológico que genera una inmensidad de datos. Con estos datos se intenta
estructurar una solución al aumento del consumo de recursos a través de una gestión
inteligente. En este entorno virtual los ciudadanos y sus acciones se han
convertido en ceros y unos que aspiran a encontrar la solución a nuestro
entorno y hasta a nuestras vidas, después de haber olvidado que sin alma no
somos nada. Buscan solucionar viejos problemas con las nuevas tecnologías, al
tiempo que intentan entender unos cambios constantes que dejan sin sentido las
verdades precedentes. Una milagrosa "Smart
City" que simplifica hasta encontrarse en su máxima complejidad, en la
cual la ciudad y sus ciudadanos se tienen que enfrentar a su propia paradoja. ¿Podemos
imaginar dejar en manos de algoritmos nuestras ciudades? Nos queda la esperanza
de que la ciudad se dedique a buscar sus "Smart
Citizens" y que estos sean los que gestionen este mar de datos. Pero
también que estos tengan tiempo para salir a la calle, sentarse en una terraza,
tomar el sol y compartir unas copas mientras entablan una buena charla sobre qué
es lo que realmente le pasa a la ciudad y cuáles son los problemas que tenemos
los ciudadanos.
No olvidemos que
detrás de los sistemas holísticos inteligentes de rastreo de la ciudad
destinados a obtener información de los procesos urbanos, siempre se esconden
personas, empresas e intereses. Todos vienen repletos de discursos de buenas
intenciones y de elogios a las enormes oportunidades que ofrecen, pero también esconden
oscuras utilidades que tendremos que saber afrontar y que parecen imposibles de
evitar.
Bajo esta
premisa parece que hay la idea de que la ciudad tiene como fin la construcción
de infraestructuras de flujos. Pero confundir el fin de dar respuesta a las
necesidades de una comunidad con el medio con el que se construyen es realmente
peligroso. Pocas veces nos planteamos
que en realidad las cosas que buscamos en nuestras ciudades están basadas, a
menudo, en la ineficacia, en la incertidumbre, en la deriva de una vida que no
queremos programada ni necesitamos que sea perfecta. En 1966, Cedric Price ya se
preguntaba "la tecnología es la respuesta, pero ¿cuál es la
pregunta?" Tenemos la gran oportunidad de la tecnología y no podemos desaprovecharla,
pero es aquella sonrisa cuando sales a la calle y te cruzas con una mirada la
que te hace ciudadano, lo que nos hace parte de la ciudad, la que nos permite
sentirnos de nuestra ciudad.
Como arquitectos
tenemos que seguir cubriendo la necesidad de una realidad física que parece
haberse convertido en un simple, en ocasiones engorroso, soporte de lo que
parece ser lo único importante, la información y la comunicación que algunas
veces, diría que pocas, llega a convertirse en conocimiento.
Tenemos que tener claro que el
conocimiento para re-estructurar nuestra sociedad sólo puede salir de la
interrelación entre el ciudadano y la ciudad, en una construcción en la que la
E-topia sea una herramienta para el desarrollo de una E-polis en la cual el
ciudadano, sus necesidades y sus anhelos sean su eje vertebrador. Donde el tiempo y el espacio sean la
plataforma en la que las tecnologías y los ciudadanos puedan encontrar las
sinergias para transformar una realidad que evoluciona tan rápidamente que no
tenemos ni tiempo a descifrar. Esto nos obliga, si no lo estábamos antes, a
romper los límites entre disciplinas, a ser generosos con el conocimiento y
saberlo compartir. Siempre teniendo en
cuenta que estamos delante del reto de la incapacidad de encontrar una
definición y una solución duradera a un contexto que parece permanentemente
obsoleto. Nos exige ser capaces de entender que el aprendizaje es infinito
y que va más allá de las nuevas herramientas de trabajo, de los nuevos conocimientos,
de las aplicaciones de nuevos materiales y tecnologías, y que pasa por nuestra
función de repensar profundamente, desde nuestro conocimiento como arquitectos,
qué somos capaces de aportar en los cambios paradigmáticos en los que nos
encontramos.
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[1] "E-topia: Urban life,
Jim–but not as we know it" de William J. MITCHELL, Cambridge, MA: The MIT Press,
1999. 0262632055
[1.1] La desmaterialización, un bit usado no
contamina. Economía sin gravedad. ¿Es realmente necesario construir este
edificio, o puede ser remplazado por sistemas electrónicos?
[1.2] La desmovilización, mover bits es mucho más económico y
eficiente que mover personas y mercancías. Sacar partido de las
telecomunicaciones para crear nuevos modelos urbanos más refinados,
infinitamente más eficientes. La mejor estrategia de ahorro.
[1.3] El funcionamiento inteligente, un sistema
inteligente se puede controlar con sensores para que suministre agua sólo
cuando las condiciones indican que se necesita más humedad. Uno realmente
inteligente debe controlar tanto el entorno como el nivel de agua disponible.
Su objetivo es crear mercados sensibles, de gran eficacia, para los recursos
consumibles escasos de los que depende todo asentamiento humano.
[1.4] La personalización en masa, personalización en
masa es justamente no elegir un estándar, sino muchos estándares para diferentes
públicos. Reducir el despilfarro y estrategias dinámicas de precios gestionando
eficazmente la demanda y estimular el ahorro.
[1.5] La transformación suave, las ciudades se
transformaron en la era industrial; exigió la dotación de extensas zonas
industriales, de viviendas para los trabajadores, de oficinas centrales en las
ciudades y de sistemas de transporte de gran capacidad. Hoy el espacio servido
electrónicamente no tiene que estar concentrado en grandes áreas contiguas,
sino que pueden distribuirse realmente a través de un tejido urbano finalmente
granulado.
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